El 2 de febrero de cada año se celebra la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, episodio de la vida de Cristo narrando por Lucas el Evangelista. Por simbolismo y asociación de actos, tiene lugar el mismo día la Purificación de la Virgen, y se recuerda el día en el que José y la Virgen María llevaron al pequeño mesías al templo cumpliendo con la Ley de Moisés y ofrecieron dos tórtolas en sacrificio.
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Según la Ley de Moisés, toda mujer que diera a luz un varón, debía acudir al Templo en el plazo de cuarenta días para purificarse de la mancha legal, y ofrecer a su primogénito a Jahvé. Si bien María y Jesús estaban exentos, él por ser superior a esa ley y ella por haber concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, para ocultar este prodigio, la Virgen acudió junto a José como cualquier otra mujer a purificarse.
Según relata el Evangelio según Lucas, María y José llevaron a Jesús al templo, ofreciendo en sacrificio dos tórtolas. Allí se encontraba Simeón, considerado un hombre justo, y al verlo, sintió que actuaba impulsado por el Espíritu, lo tomó en brazos y bendijo a Dios.
Simeón dijo «He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel», y la profetisa Ana, que vivía allí, presenció los acontecimientos, comenzando a hablar del niño a todo aquel que esperaba la redención de Jerusalén.
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